Sí, pensar en un zoo me revuelve el estómago. Y sí, tener la oportunidad de entrenar con diferentes especies para mejorar su bienestar me transporta a un nivel de plenitud de difícil comparación.
Soy consciente de que pasar los minutos observando, valorando, esperando, cargados de paciencia para dar el tiempo y el espacio necesarios, para reforzar, tal vez, un diminuto movimiento encaminado a conseguir un complejo comportamiento, es un entusiasmo difícil de transmitir más allá de las paredes que rodean a los entrenadores de animales. Y sin embargo se siente tan a flor de piel que la mayoría de las veces cuesta reprimir las palabras para gritarlo a los cuatro vientos.
 
				 
						 
						 
						 
						 
						