La relación entre los humanos y sus perros está llena de amor y complicidad. Sin embargo, una de las principales críticas que nos hacen a los que compartimos nuestra vida con peludos/as es que los tratamos como si fuesen personas. Incluso por parte de profesionales del sector. Porque no son personas y es un error tratarlos como tal. Esta confusión se origina por dos conceptos clave: el antropocentrismo y la falta de comprensión sobre la naturaleza de los perros.
Antropocentrismo: un enfoque limitante
El antropocentrismo es una forma de pensamiento profundamente arraigada en nuestra sociedad que nos lleva a creer que ciertas capacidades y sentimientos son exclusivos del ser humano. Históricamente, esto ha sido influenciado por las religiones (somos los únicos con alma en el universo, ¿verdad?) y de una ciencia que ha tenido limitaciones a lo largo de la historia. Pero desde Darwin todo comenzó a cambiar. Y hubo un cambio muy importante cuando las “Trimates” (las primatólogas Jane Goodall, Dian Fossey y Birute Galdikas) afirmaron hace más de 50 años que cada individuo (chimpancé, gorila u orangután) tenía su personalidad propia. Tres mujeres cambiaron el paradigma de la etología.
La humanización de los perros
Así, debemos plantearnos qué significa humanizar a un animal. Porque desde hace tiempo, y de modo muy rápido últimamente, las capacidades que considerábamos propias del ser humano son comunes a la inmensa mayoría de los animales. Emociones, altruismo, resolución de problemas, lenguaje, uso de herramientas, teoría de la mente… están por todas partes en la naturaleza (echad por favor un ojo a la Declaración de Cambridge y a la reciente Declaración de Londres).
La importancia del bienestar emocional
Entonces, respetar la vida emocional y el bienestar de nuestras compañeras ¿es malo para ellas? Aquí vamos al objetivo de este artículo. Especialmente en la educación y el comportamiento de nuestros peludos, ignoramos los componentes emocionales (porque no queremos humanizarlos, ¿eh?) como el miedo, el estrés, las habilidades sociales o la inteligencia emocional.
Y curiosamente, humanizamos las conductas puras y duras. Un perro no puede tener miedo a todos los perros del barrio por ser inseguro, por tener un pasado problemático, por no haber podido a aprender a socializar… lo que le hace ser reactivo porque no sabe otra manera de superar esa situación en la que se ve inmerso durante el paseo. Pero una perra sí puede ser una macarra, dominante, antipática si va ladrando por la calle. Y claro, mano dura, ella no va a ser más chula que yo. La conducta humanizada del modo más burdo. O se hace pis en casa por vengarse, o se come el asiento del coche porque se ha enfadado porque la dejé sola dentro…
Los animales tienen emociones similares a las nuestras, y hay que entenderlos. Pero expresan y gestionan esas emociones haciendo conductas propias de su especie, que son muy distintas de nuestras conductas en la mayoría de las ocasiones, la evolución nos ha dado comportamientos propios a cada especie.
Conclusión: un enfoque equilibrado
En resumen, no debemos deshumanizar las emociones de nuestras/os perras/os ni humanizar sus conductas. Es esencial encontrar un equilibrio que reconozca y respete sus emociones sin atribuirles características humanas de manera inapropiada. Al hacerlo, mejoraremos nuestra relación con ellos y aseguraremos su bienestar emocional.
Entender a nuestros compañeros caninos desde una perspectiva informada y respetuosa es la clave para una convivencia armoniosa y enriquecedora.
No “deshumanicemos” las emociones de nuestras peludas. No humanicemos sus conductas.
Descárgate aquí la guía de Humanización / deshumanización
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